Friday, July 09, 2010

Colgar los tenis

Una joven amiga me preguntó el significado de “colgar los tenis”. Esto tiene dos vertientes, la principal es el significado común de “mudarse al barrio de los acostados,”, “firmar con los Carmelitas”, panquearse o más vulgarmente, morirse.

La otra vertiente es la costumbre de colgarlos tenis viejos, amarrados entre sí, de los cables de luz.

No he podido encontrar más nada de eso… ¿alguien me arroja luz?

Lo curioso es que ambos usos y costumbres son comunes desde México hasta Centroamérica, pasando por el Caribe...

Thursday, July 01, 2010

Cosas de mi Carajitez II: Las picaderas (o el miedo de que esta segunda parte no sea tan buena).

Reconforta saber que uno no está tan solo en eso de ponerse viejo…

Creo que merece ser ampliado el tema, esta vez con las cosas que uno comía.

En esta época de M&M, y de engendros dulce-electrónicos, los carajitos no se imaginan lo rudimentarias que eran nuestras picaderas. Mientras que ahora no es raro encontrar cocalecas para microondas en cualquier casa, y un chocolate gringo en cualquier paletera, en mis tiempos esos manjares eran exclusivos de los cines. Uno tenía que contentarse con alguno de estos manjares:

- Galleticas untadas de cristal de guayaba
- Mabí (recuerdo que una vez en el colmado de cerca de mi casa, Melvin (el dueño) nos regaló todo el mabí que quisiéramos, siempre y cuando nosotros mismos los sacáramos de la nevera… la razón era que se habían fermentado y habían comenzado a explotar… Creo que ese fue mi primer jumo
- Jalao
- Añugaperro, un bizcochito que fácilmente requería de ¾ de galón de agua para poderlo hacer llegar al estómago.
- Totico de monja, una dona de la tercera edad, dura y aplastada
- Pan dulce, un pan sobao rebosado de azúcar (me da un subión la glicemia solo de acordarme que uno solía comerlos acompañado de un refresco)
- Pan Camarón, una criollización del croissant.
- Pan de pasas, un pan del tamaño de un plato, inicialmente lleno de pasas y una en el tope, ya al final tenía sólo la marca, con un chin de color. Me imagino que con una pasa marcaban la producción de un mes…
- Paliiiiiiiiiito de coooooooco, palito, sí, por la forma, el coco no se le jayaba por parte
- Cueritos. Suspiro. Qué hermoso era poder comer esas cosas sin preocuparse de triglicéridos, HDL, LDL, ateromas, infartos, diabetes y demás dolamas…
- Friquitaquis. Jeñores, los friquitaquis. Un pan de agua, con una lonja de tomate de 2 células de grosor, con una película de jamón del grueso de un cabello humano, ahogado en una salsa “piqui” que de tan picante le mataba la falta de sabor- convenientemente calentada en un fogón de carbón y aplastada por un pedazo de gierro con forma de plancha.
- Los turcos… doy un brazo por comer de nuevo un turco de carne… aunque no me atrevería a preguntar de que es la carne…
- Malta Morena con leche condensada (aunque nunca fui capaz de tomarme tal brebaje mis amigos juraban por eso.
- Triangulitos de Nestlé, igual que la anterior, eso nunca lo pasé
- Los chicle dublebuble, por lo general estaban tan duros que hasta la Convención de Ginebra hubiera prohibido su uso como munición. Los de menta eran muy buenos, sin embargo.
- Las Mentas Jol (Halls) con mentolitus… en esa época, había que chuparlas después de beber agua, pues le quemaba a uno beber agua con una menta de esas en la boca
- Las menta verdes (o de guardia) y las de anís (que tenían un chele pintado en un costado)
- Las degustaciones de queso eran mucho más modestas. ¿Las opciones? Queso blanco , de freir, amarillo, Queso Geo (si había visita), Patrón de oro y picantino (pa lo pagueti)
- Los embutidos no eran mucho más extensos: Jamón, salchichón del malo (el que colgaba al lado del peso), salami, mortadela sencilla y mortadela rellena de aceitunas.
- Las frutas si eran una chulería, 50 cheles el ciento de chinas. ¡¡Con tanta vitamina C, no debería darnos gripe jamás!!
- Las choco-ricas que ni hacían crecer fuertes ni bellas…
- Maroteo: Cajuilitos salimón, mangos, tamarindos, pepinillos, todo eso aparecía en los jardines de la calle Santiago, siempre y cuando los perros estuvieran amarrados..

Todo mucho más sencillo…

Cosas de mi carajitez

Tengo varios días con la idea de este post en la cabeza, y como por lo general empiezo por el título (hasta mi cabeza es capaz de organizarse a veces), éste me tenía un tanto contrariado. Me contraría, pues me suena a cuentos de abuelo o algo así , y mi adorado “deudor futurista solidario”, o sea mi hijo, apenas tiene 11.

Luego pensé, que con lo cambiado que está todo, bien podría aplicar el título sin mandarme derechito al retiro, pues a la velocidad que esto se está jodiendo, ya nada es como era ayer.

El asunto es este. Mi hijo está cogiendo clases de skateboard. Empezamos con las diferencias, a mi me enseñaron el concreto de la acera y el asfalto de la calle. Como podrán suponer, el crío habla 38 horas al día de eso, y le he contado como para mí, el skateboard era más un medio de transporte que una herramienta desbarata huesos. Pensar que, skateboard en mano ¿o pies? yo iba tres veces por semana al Domínico Americano… ¡sólo!

Me asaltó la adolescencia viviendo en San Carlos, en la calle 16 de agosto, para ser exactos. En sus cuestas, podíamos jugar de todo, a todas horas. Un tapón en esa calle era todo un evento digno detener las actividades cotidianas a ver qué carajo era lo que sucedía… esa tranquilidad nos permitía jugar de todo, desde “el econdío” hasta “pelota de la paré”, pasando por supuesto por “floriconvento”, “gavilán gavilán gato”, “mariscal” y demás yerbas… Todo eso y sin riesgo alguno de que una voladora le diera un mameyazo a uno…

Recuerdo que, cuando estábamos aburridos, teniendo más o menos la edad de mi carajito, nos íbamos a andar por el malecón, y llegábamos hasta la Gómez, ida y vuelta a pié sin ningún problema.

O cuando nos metíamos todos en un carro público para ir a la UASD a jugar pelota en cualquier pedazo de terreno en el que cupiéramos…

Veo a mi hijo y me da cierta pena el pensar que el no puede gozar ni la libertad ni la seguridad que disfrutamos nosotros.

No todo era color de rosas… mi niñez transcurrió en los doce años de Balaguer, y recuerdo un día, rondando las 9 de la noche, se paró frente a nosotros un cepillito de la PN y el conductor nos miró y nos dijo simplemente “repagilen” … ni que decir que cuatro diez mil millonésimas de segundo después ya estábamos profundamente dormidos en nuestras respectivas casas… o aquella vez en que conseguimos un fondito de pintura, y armados de fervor revolucionario pintábamos “abajo Balaguer” en la calle (no en una pared, si no sobre el asfalto, y en un tamaño de letra algo más pequeño que el que se usa para escribir una tarea) y pasó un cepillo de la PN por el parque San Carlos… ni que decir que el “letrero revolucionario” se quedó en “abaj” y nunca fue completado…

Mi hijo tampoco conocerá, a los borrachos de barrio, esas almas bonachonas y atormentadas, con sus dolores y temores enterrados bien hondo bajo toneladas de sonrisas y galones de alcohol…Candela, Mi Hermanito, el Vago William, Ñá…. Recuerdo un día, en esa época en la que crecí de golpe, y Candela, má prendío que un tizón, me tomó del brazo y me preguntó si estaba “estudiando pa’ palo ‘e’lú”…

Tampoco conocerá de cerca a los locos, Bonillita, Fabiola, Boca ‘e tanque… ni comerá queso de hoja, ni los pasteles de Memén, nunca verá a un manicero dándole mil vueltas a la lata llenando la noche de estrellas anaranjadas, tampoco tendrá que bajar al Parque Independencia con una funda llena de zapatos para limpiar, ni tendrá que zurcir medias usando un bombillo, no tendrá que heredar camisas de dos generaciones de hermanos…

La vida es mucho mejor ahora. Pero, al mismo tiempo es mucho peor. Parecerá un contrasentido, como cantarse y llorarse al mismo tiempo… pero es así.